Golpean el viento y el frío, pero más los tackles por barrio Los Boulevares. La situación es normal cuando es invierno y cada vez que Palermo Bajo enfrenta a Tala en todas sus divisiones. Cada pelota se juega con alma y vida, y en cada vida hay una historia por contar. Hoy contaremos la historia de una leyenda viviente del club del “Escarabajo”, Mauricio Ferreyra, 49 años, un primera línea interminable.

 

Apuntes de un grande
– Mauricio comenzó a jugar a los 6 años y siempre lo hizo en su amado Palermo Bajo.
– A los 17 años logra su primer campeonato com la camada 74 en la M17.
– El primer llamado a la selección de Córdoba lo encuentra en M19, donde juega el Campeonato Argentino de 1993.
– Un año más tarde realiza la primera gira con su club a tierras australianas con la M20.
– Su debut oficial en primera división se produce en 1994, Bajo visita a Tala en Villa Warcalde y Mauricio es parte de un encuentro donde se sacaron chispas. Lo dirigía Marcelo Ambrogio, quien lo rodeó con Graso y Sánchez en la primera línea de combate.
– En 1996, obtiene su primer campeonato con el plantel superior: el Campeonato Preparación. Un año más tarde conquista el Torneo Pellosi de Santa Fe y es nombrado el mejor jugador del torneo.
– Su primer partido con el Seleccionado Mayor de Córdoba lo juega en 1998 en Carrasco Polo, donde Los Dogos vencen a la selección de Uruguay “Los Teros” bajo las órdenes de Daniel Graco. Al año siguiente logra el título de Ten, con ese mismo seleccionado.
– Entre los años 2000 y 2001 se va de gira con Palermo Bajo a tierras europeas, integra el seleccionado de seven con los Dogos y enfrenta a Los Pumas vistiendo la camiseta roja con motivo de los festejos de un aniversario más de la Unión Cordobesa de Rugby. Es campeón con Córdoba en el Campeonato Argentino 2001 y juega el mítico Seven de la República en Paraná.
– En 2002 grita con gran felicidad ¡Palermo Bajo, campeón!, logrando su mayor logro con su club en el torneo de la Unión Cordobesa. Ese mismo año vuelve a brillar en el juego reducido y obtiene el premio al mejor jugador del torneo en Calamuchita.
– El 9 de julio de 2004 es invitado y juega para Los Dogos en El Bosque el partido de despedida a Diego Domínguez. Lo hace a la par de figuras de la talla de Serafín Dengra, Federico Méndez, Agustín Pichot, Juan Martín Hernández, Ignacio Corleto, Pablo Lemoine y Christophe Dominici, entre otros destacados, que estuvieron presentes esa fría tarde.
– En 2005 juega su último Campeonato Argentino, llegando a semifinales en Tucumán. Jugó seis ediciones de este torneo y ganó una.

El delantero tiene la palabra
“Un día llegué al Bajo de la mano de los hermanos Keegan y no me fui más. Ellos vivían en el barrio Bajo Palermo, también mi barrio. Allí comencé jugando al fútbol, mi padre jugaba de nueve en la primera de Universitario, pero no le gustaba el ambiente para mí y terminé eligiendo el rugby”, recuerda el primera línea.

Cuéntanos de tu padre…
Se llamaba Juan Carlos, un virtuoso de fútbol que falleció a sus 47 años, cuando yo tenía 15. Justamente él fue quien los habló a los Keegan para que me llevaran al rugby junto a mis hermanos mayores que son mellizos, Mariano y Marcelo (clase 70) y el más chico, Marcos, que es clase 78, quien jugó a mi lado más de 10 años en la primera.

Hoy como ayer
Mauricio sigue vestido de jugador, hoy en pre intermedia. La charla se interrumpe cada dos minutos por los saludos de propios y rivales que se acercan y le sacan una sonrisa, la misma que a los seis años de vida lo vio expresar su alegría cuando llegó al Bajo: “Cuando llegué al club me recibió José Gómez, quien junto a Roberto Cortez manejaban el rugby infantil. Tengo recuerdos inolvidables de Dante Heredia que me llevaba en su Ford Falcon rojo y entre entrenamientos, colaborábamos sacando los yuyos y algunos troncos. Así comenzamos teniendo un sentido fuerte de pertenecía, pintamos canchas, ayudamos en lo que era necesario para que el club estuviera presentable”,recuerda quien primero comenzó jugando de tercera línea y luego pasó a ser hooker, cuando tenía 17 años de la mano su entrenador, el “Puchi” Sánchez.

Así, con obediencia y respeto, Mauricio fue bebiendo de la mística que le fueron dando personas como “Wado” Ferrari, Raúl Ferreyra, Ricardo Chirino y “Pepuchi” Santi. “El tiempo de juveniles fue de ensueño. Inolvidables momentos de gran felicidad. Desde aquel debut en primera en 1994 hasta 2015, que fuí parte del equipo de la primera y siempre sentí la misma sensación a la hora de representar a mi club”, expresa.

¿Por qué seguis jugando?
En realidad había dejado, traía a mis hijos al club y me ponía a correr. Una tarde el Guti Viale me invitó a sumarme luego de cuatro años que estuve sin jugar y como no puedo decir que no, allá fui para la preintermedia y luego para la intermedia. Juego por pasión. Me gusta. Me tocó jugar con hijos de mis amigos, como Fernando Interdonato, Pablo Sánchez, Laly López y el hijo de la Mona Altamira, por nombrar algunos. Me sigo cuidando y entrenando.

¿Tuviste ídolos en tu puesto?
Me gustaba el juego de Mario Ledesma en Los Pumas y de Dimitri Szarzewsky en Francia. Como se movían en el suelto y la dureza en las formaciones fijas.

¿Qué significó ser campeón en 2002?
Una alegría indescriptible. Fue memorable e inolvidable. Fue único y lleno de sensaciones que jamás volví a sentir.

“Mauri” peina poco pelo, sigue manteniendo su barba candado y su entrega en la lucha de delanteros. Admiró la técnica de Guillermo Bernardi de La Tablada y la fortaleza de Gustavo Rivero de Urú Curé. “Yo juego el rugby de hoy donde la cosa es más cuidada y jugué un rugby de ayer, lleno de ásperos”, agrega el hijo de Alba Jabase, quien ama el rugby igual o más que él y hoy con más de 70 abriles se llega al Bajo a ver a sus nietos.

¿Qué tiene el rugby que no lo podés dejar?
Al rugby solo puedo decirle que es mi segunda casa. No tengo casi amigos fuera del rugby. Hay una parte social que la comencé a vivir en los viajes con mis hijos en infantiles. El rugby me ayudó en momentos de adversidades. Y los amigos del rugby siempre están. Por eso es difícil dejarlo. Yo le estoy muy agradecido.

Ferreyra sigue generando respeto, educa con el ejemplo, sigue disfrutando entrar a una cancha. Describe a su club como “un club de apasionados, con mucho sentido de pertenecía”, y tarde a tarde va viendo si le sigue dando el cuerpo para jugar con sus hijos Facundo y Joaquín, quienes siguen sus pasos.

Patricio Guzman
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