El arbitraje del rugby argentino pasa por horas caóticas en materia de violencia. A lo sucedido días atrás en la semifinales de la URBA, donde en los dos partidos de estas instancias hubo agresiones verbales (al borde de la agresión física) a los que impartieron justicia, se le suma la agresión verbal de alto voltaje que sufrió la terna arbitral que encabezó Juan Manuel “Poroto” López (árbitro de Córdoba Athletic y la Unión Cordobesa de Rugby), junto a sus asistentes Agustín Altabe (Córdoba Athletic) y Octavio Damia (La Tablada), luego del triunfo de Universitario de Tucumán ante Marista de Mendoza en tierras cuyanas, en una de las semifinales del TDI A.
Al finalizar el juego entre mendocinos y tucumanos, López y sus asistentes fueron insultados por un grupo de hinchas locales y luego emboscados a metros de entrar al vestuario por uno de los entrenadores principales de Marista. Este, según el informe de López, se despachó con fuertes insultos y hasta tuvo el atrevimiento de impedir que usaran las instalaciones para ducharse. Literalmente, luego de agredirlos verbalmente, los corrió del club.
El entrenador fue debidamente informado en la Unión Argentina de Rugby, quien evaluará lo sucedido tras la descripción que López hizo pos partido, en un descargo que no dejó pasar por alto los gritos y la invasión de cancha que se divisó en pleno partido en la zona del banco de suplentes del local.
Luego del altercado y gracias a la intervención de algunos que sí se encontraban en sus cabales, la terna arbitral pudo usar los vestuarios, fue al tercer tiempo por pedido expreso de un dirigente local y luego del intercambio de presentes se retiró al hotel donde se alojaban sin poder quedarse en el tercer tiempo a compartir el espíritu de camaradería con los dos equipos y sus dirigentes. A esta altura abstraerse de lo sucedido es imposible para cualquiera que ame el rugby. No es posible dar la vuelta de página y hacer de cuenta que no pasó nada.
La exposición y la desprotección
Dentro de la logística que tiene el rugby amateur, hay una exposición permanente dentro de la desprotección que tienen los árbitros cuando los partidos culminan. En ese momento cuando todo el público entra a la cancha para festejar o consolar a los protagonistas, los jueces se ven muy expuestos a recibir insultos y agresiones. Es decir, el rugby apela al sentido común de que el público y los jugadores no agravien y no insulten a los jueces cuando el pitazo final llega y por consiguiente la invasión al campo hace todo más “cuerpo a cuerpo”.
Los árbitros tiene razón y también fallan
Así como los jugadores se preparan física y mentalmente, los jueces también entrenan, estudian y preparan sus partidos ¿Se equivocan? Sin duda alguna. Son seres humanos. Aún con elementos humanos y logísticos, los jueces no pueden ver todo lo que sucede en la lucha de 30 jugadores. Así como los jugadores erran un tackle, fallan un pase, equivocan una decisión o sus entrenadores le pifian a un planteo, los árbitros caen en errores involuntarios de igual manera. Pero, de ahí a decir que un juez tuvo mala intención es un señalamiento que no resiste credibilidad alguna. Y menos a la hora de justificar una agresión.
Los clubes por sobre sus integrantes
Es menester afirmar que no son nuevas las agresiones que los jueces reciben en el rugby argentino. Justamente, el rugby argentino el que se llena la boca hablando de valores, de respeto al árbitro y al rival, y de tener autocontrol, y está en boca de todos por estas paupérrimas expresiones.
Con imágenes que valen por mil palabras y testigos que si no callan pueden dar detalles de los sucesos que se ven y los que no se hacen virales, una salida y botón de muestra general es exponer a los agresores y no ocultarlos. Es la única forma que este tipo de sucesos lamentables no queden en la nada y, por ende, los culpables sin sus respectivas sanciones. Es lo justo y lo necesario.
Si el rugby en sus reglas no entiende que debe cortar este tipo de expresiones hoy, mañana será demasiado tarde. Tan tarde, que ni con extensas notas dirigenciales, ni pedidos de disculpas, alcanzará para maquillar la involución humana que existe hoy en un deporte donde ayer (más allá de sus errores) el árbitro siempre tenía la razón y era respetado. En donde el club era más importante, como institución respetable, que cualquiera de sus integrantes.
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